No sólo de pan vive el hombre
José Manuel Silva Director de Inversiones LarrainVial Asset Management
- T+
- T-
José Manuel Silva
El gran desafío que enfrentará el nuevo gobierno, a contar de marzo, tiene mucho que ver con esta frase que pronunció hace ya 2000 años quien es el personaje central de la historia humana para los católicos, Jesús (Mt. 4, 3-4).
En los últimos 30 años nuestro país ha seguido los pasos de aquellas pocas naciones exitosas que han logrado incrementar sustancialmente la cantidad de pan de sus ciudadanos. La receta es simple, pero se olvida: una economía abierta al mundo que enfatiza el orden espontáneo fruto de uno de los bienes más sagrados que tiene toda persona, la libertad. Para que este orden espontáneo entregue todos los frutos posibles se requiere de estabilidad en el conjunto de derechos y obligaciones que enfrentan los ciudadanos y de un Estado que garantice estos derechos, enmarcado en un orden constitucional que ponga límites a la acción coercitiva de este mismo Estado. También se requiere de Cortes de Justicia independientes, que garanticen con imparcialidad y predictibilidad este orden.
Nuestro país ha contado con estas condiciones y así se ha convertido en este período en la sociedad más próspera de nuestra región. Hace 30 años no lo era y su desempeño era sólo promedio. Como consecuencia de ello y comprensiblemente, nuestra población
anhela hoy más que pan. Esta prosperidad general se traduce también en una multiplicación enorme de los ingresos del Estado de Chile. En este período, éste ha visto multiplicarse sus ingresos por cinco en términos reales y hoy tiene la capacidad financiera de entregarle a muchos (pero no a la mayoría) un bienestar material que, por diversas razones, su actuar libre no se lo permite.
El gran crecimiento del Estado chileno se aceleró a contar del primer gobierno de Michelle Bachelet. Este fenómeno se incrementó durante su segundo período. El Estado ya emplea 250.000 civiles, un aumento de 100% en 20 años. En la última década, el gasto real se duplicó y ya representa un cuarto del PGB. Esta gran masa de recursos, si es bien utilizada, puede habilitar a aquellos ciudadanos más desfavorecidos para que se incorporen al orden espontáneo y les puede entregar mucho más pan, además de empoderarlos para que busquen libremente aquellos bienes que van más allá de él.
Si es mal utilizada y parcialmente se desperdicia, puede convertirse en un lastre para el pan y eventualmente para la libertad de los ciudadanos. Venezuela es quizás el más reciente y dramático ejemplo de ello. Es por eso que si Chile quiere definitivamente enrielarse en el camino de convertirse en una nación desarrollada, debe reformar profundamente aquella institución que se ha convertido en el mayor empleador de personas y de recursos financieros del país: el Estado. De no hacerlo, y de seguir creciendo su gasto como un cáncer a la velocidad de los últimos años, Chile perderá su prosperidad duramente ganada, verá tambalear su equilibrio fiscal, destruir su convivencia y, en definitiva, el mismo Estado que podría haberle cambiado la vida a los que más lo necesitan, estará quebrado y maniatado por grupos de interés e incapacidad financiera (a la brasilera).
Esta es la tarea más trascendental que enfrentan los próximos gobiernos de Chile, su sitio en la historia dependerá parcialmente de este logro. Últimamente nos hemos enterado con preocupación cómo numerosas reparticiones fiscales malgastan recursos, no cumplen con sus objetivos y se llenan de funcionarios cuyas rentas no se condicen con su productividad. Chile gasta casi US$ 70 mil millones en gasto fiscal. ¿Cómo no va a ser posible ahorrar un 5% y reasignar otro 5% en mejores programas? Estados Unidos acaba de disminuir su tasa de impuestos corporativos del 36% a 21%. Esto equivale a bajarle los impuestos a todo el planeta y le pondrá una gran presión a las empresas y gobiernos del mundo entero. Quienes no se adapten a ello correrán graves riesgos en un período de alza en las tasas de interés y menor liquidez mundial. Es probable que Estados Unidos se transforme en una aspiradora de recursos.
En definitiva, el nuevo gobierno debería ponerse como meta explicar a la población el desafío gigante que significa optimizar los US$ 70 mil millones que gasta el Estado y los beneficios de hacerlo. Debe luego proponer medidas concretas para ahorrar, mejorar el servicio, descentralizar y reempoderar a la sociedad civil (bajando impuestos). Debe tener la convicción que la mayoría de los votantes no quiere leer nunca más las historias del Sename, de pensiones truchas, de dineros mal gastados o de funcionarios sin mérito pero con altos ingresos. Si cambian lo anterior con éxito, habrán merecido de sobra su elección.